La guerra entre caballeros
armados con sus corazas,
se golpeaban sus aceros
en medio de la batalla.
Los mandobles a dos manos
y a una mano las espadas
los blandían fuertes brazos
y por el aire volaban.
El sol plantado en lo alto
lanzaba lenguas de fuego
con las que íbanse abrasando
las armaduras de hierro.
Quemaban sólo al tocarlas
y los pobres caballeros
metidos dentro se asaban
como los tiernos corderos.
Ese sol se reflejaba
en los metales bruñidos
y al enemigo cegaban
con sus destellos y brillos.
Iban cayendo soldados,
iban rodando cabezas,
iba sembrándose el campo
con las armaduras muertas.
En medio de ese tumulto
la gente me conoció
por las armas de mi escudo
y mi extremado valor.
Avancé cual catapulta
haciendo brecha en el frente,
con mi vistosa armadura,
seguido de otros valientes.
Pero una maza asesina,
dirigida con acierto,
de un golpe segó mi vida
y me hizo caer al suelo.
Mi cuerpo lo recogieron
levantando la celada y …
¡con sorpresa descubrieron
que dentro no había nada!
¿Y quién se puede asombrar
que no estuviera yo dentro
si yo no podía estar …
porque estoy escribiendo esto?
¡Es que sois tan inocentes!
¡Creéis todo lo que os cuentan!
Así le pasa a la gente …
¡se cree la letra impresa!
——oooOooo—–
© Manuel Garcia de Fuentes y Churruca